Muere de Covid-19 Pepe Porras, doctor de Tepito que no quiso abandonar a sus pacientes


Al doctor José Porras, más conocido como Pepe, sus compañeros del Hospital General Zona 30 del IMSS en la alcaldía Iztacalco, le pedían que se quedara en casa ante el avance de la pandemia de Covid 19. Que mejor ya no se expusiera tanto, o que al menos pidiera el cambio para otra zona que no fuera el área de urgencias, donde llegan pacientes sospechosos de portar el virus.

Pepe, de 38 años, y natural del barrio de Tepito, en la Ciudad de México, tenía obesidad y recientemente le diagnosticaron diabetes. Dos ingredientes fatales para la nueva pandemia. Aún así, no abandonó la primera línea de fuego. No quiso.

-Él sabía que tenía esos factores de riesgo -expone en entrevista el doctor Juan Romero, su compañero y amigo de más de 10 años compartiendo desvelos e historias en la zona de urgencias del Hospital Zona 30, el que está a unos pocos pasos de la estación del Metro Coyuya.

Pero no hubo forma de convencerlo -añade lacónico al otro lado de la llamada telefónica-. Mi amigo no quiso dar un paso atrás. Mantuvo su vocación hasta el último segundo-.

En tan solo una semana, el coronavirus se llevó a José Porras. A Pepe.

Ni los tratamientos médicos disponibles, ni el diagnóstico temprano y los cuidados de su esposa, también médica internista, ni la entubación, ni los ánimos y las oraciones que mandaron los aficionados del Atlante, equipo del que era devoto desde la infancia, fueron suficientes para salvar la vida del médico de Tepito, que murió el pasado lunes luego de que en tan solo dos días su condición empeorara de manera súbita.

Pero antes de llegar a ese punto, al desenlace fatal, los compañeros y compañeras de Pepe cuentan que hay toda una historia de superación personal y de entrega por los demás, que merece la pena ser contada.

Del barrio de Tepito

Al doctor Juan Romero aún le cuesta un mundo hablar de su compañero y amigo Pepe Porras, quien pasó tantas horas de desvelos en el trabajo y también tantas horas disfrutando del futbol en el Estadio Azteca, a donde iban cada vez que el Atlante regresaba a jugar a la capital mexicana. 

Durante la conversación, el doctor Romero arranca una y otra vez las frases en presente –“mi amigo es…”-. Luego, cae en la cuenta, y tras un silencio incómodo, apesadumbrado, cambia al tiempo pasado.

-Mi amigo ERA del barrio de Tepito -se arranca de nuevo tras corregirse por enésima vez-. Salió a flote desde abajo, literal. Se iba con un boleto de Metro a la universidad y los amigos lo apoyaban con la comida, porque a veces no le alcanzaba.

La juventud de Pepe, narra el doctor, no fue fácil. Su mamá murió pronto, su hermano mayor, de 34 años, también. Y la zapatería de su padre, donde empezó a trabajar en su infancia para apoyar en casa, no dejaba lo suficiente para mantener a todos y estudiar en la universidad.

Aún así, Pepe se buscó la vida para estudiar y ayudar en casa de su hermana, donde vivió durante su época universitaria.

Tal vez por ese contexto de dificultades y por haber crecido en un barrio rodeado de violencia, de pobreza, pero también de trabajo, de gente movida y solidaria, la doctora Annabel Clavellina cuenta que su compañero se caracterizaba por un tremendo sentido de la solidaridad.

Para ella misma, subraya, Pepe y su esposa, la doctora Herlinda Baron, fueron un salvavidas muy importante en un el peor momento de su vida, cuando hace cinco años le secuestraron a su hija.

-Yo estaba destrozada. No podía trabajar porque estaba demasiado afectada. Y ellos me cubrieron en todo momento. Atendían a mis pacientes mientras yo me recuperaba -cuenta la doctora-. Pepe era muy generoso, con sus compañeros, y, sobre todo, con los pacientes.

Una vez, recuerda Annabel, entró al área de urgencias del Hospital un hombre adulto mayor con problemas en los ojos. Su caso, aunque de importancia, no era una urgencia médica como tal. Más bien requería de una consulta con un oftalmólogo para que le hicieran unos estudios.

-Pero todos sabíamos que al señor le iban a dar esa cita hasta dentro de ocho meses, por lo menos.

Sin embargo, ante el desconcierto de sus compañeros, el doctor Porras recibió al paciente, lo checó, y se fue caminando con él.

-Pepe se lo llevó directo con el oftalmólogo para que le diera su consulta ahí mismo, de manera urgente. No quería que el señor se fuera a su casa angustiado sin saber cuándo lo atenderían.

Tras contar la anécdota, la doctora Anabbel deja escapar un suspiro que emborrona el sonido de la llamada telefónica, y añade con voz cavernosa.

-De ese nivel humano era el doctor Porras.

“Hacía lo imposible por ayudar a los pacientes”

El doctor José Antonio Marte Hernández conoció a Pepe en el área de urgencias del Hospital 30, donde también fueron compañeros durante años. Entre risas, recuerda que Pepe tenía “un pavor inmenso” a volar en avión. Aunque para hacer los exámenes de especialidad no tuvo más remedio que subirse a uno y viajar hasta Sonora.

-Él siempre decía que quería superarse, que no quería quedarse solo como médico general. Por eso se preparó para hacer la especialidad.

En aquella primera ocasión, Pepe no pasó los exámenes. Pero eso no lo detuvo, cuenta el doctor Marte. Al contrario.

-Me decía que no se iba a rendir, que lo intentaría hasta que aprobara. Y eso era algo que también lo definía mucho como persona y doctor: siempre quería avanzar, ser alguien más. Superarse.

Tiempo después, Pepe logró su propósito: llegó a ser médico cirujano y también partero, y hace apenas unos meses, justo antes de la pandemia, consiguió que lo hicieran médico de base en el hospital, “algo que había peleado mucho” y en lo que tuvo mucho que ver su esposa, la doctora Herlinda Barón, con quien tuvo dos hijos, una niña y un niño, y una sobrina a la que cuidan como otra hija más en la familia.

-Pepe me contó muchas veces que a partir de que conoció a su esposa le cambió la vida -dice el doctor Marte-. Me contó que, a partir de conocerla, decidió hacerse médico para ayudar a todas las personas que pudiera.

-Era un doctor que hacía hasta lo imposible por ayudar a los pacientes. Jamás lo escuché decir ‘no se puede’, ‘no quiero’, ‘estoy cansado’, o ‘no me importa’. Él era feliz ayudando a la gente -cuenta el doctor Alan Rodríguez en su cuenta de Twitter-.

Y en eso estaba, ayudando a todo el que lo necesitara, cuando se desencadenó la pandemia mundial de coronavirus, y llegó a México.

El doctor Juan Romero narra que con la llegada de los primeros casos sospechosos al Hospital 30, salió con Pepe a buscar los mejores equipos de protección, de cubrebocas, caretas, guantes, goggles, y batas quirúrgicas. Aunque admite que nunca imaginaron la agresividad de este nuevo virus.

Sabíamos que venía fuerte, pero no dimensionamos el tamaño. Primero, nos llegó un paciente. A los días, llegaron tres. Luego, siete. Y ahora tenemos llena el área de urgencias -explica el médico-.

-Y el problema de este virus -añade a colación- es que los pacientes graves requieren de mucho tiempo de recuperación, entre dos y tres semanas, y como llegan de golpe uno tras otro, el servicio se colapsa rápido. Y las camas tardan mucho en liberarse.

A las semanas de pandemia, y a pesar de la protección, un sábado Pepe comenzó a sentir los primeros síntomas del COVID-19: tos seca, fiebre, malestar corporal, y dificultad para respirar.

Tres días después, el martes, le hicieron la prueba y dio positivo.

Al siguiente día, la temperatura comenzó a elevarse por arriba de los 38 grados.

El jueves y el viernes, su estado empeoró.

El sábado lo ingresaron en el Hospital Siglo XXI con insuficiencia respiratoria.

-Yo estuve con él hasta el último segundo -murmura el doctor Romero-.

-Él estaba fuerte, convencido de que íbamos a vencer esto. Yo le decía que teníamos que tomar fuerzas y estar juntos, que aún no había vacuna pero que íbamos a superar esto. Y eso fue lo último que nos prometimos.

Dos días después de que lo intubaran, el lunes 21 de abril, el doctor Pepe Porras murió.

-Se hizo todo por salvar a mi hermano -lamenta el doctor Romero con un hilo de voz-. Pero ya no fue posible.

Tras el fallecimiento, familiares y amigos destacaron su labor y entrega al servicio de la ciudadanía para combatir la pandemia “arriesgando su vida tratando de salvar la de los demás”.

Y el Club de Fútbol Atlante, el club de sus amores, lo nombró “héroe azulgrana”.


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