‘Patrona le dijo que no la iba a ocupar unos días, pero ya son 3 meses’, así sobrevive empleada doméstica


Dejo de comer, compra alimentos más baratos, vende cositas, piden que la aguanten con la renta, ver telenovelas y jugar con sus gatos. Así sobrevive al encierro, a la soledad y al desempleo una mujer que era empleada doméstica antes de la pandemia.

Hace más de medio siglo que Catalina llegó a la ciudad de México. Venía de la mano de su abuela y atrás dejaron su pueblo Santa Rosa de Tehuacán, en el estado de Hidalgo. Tenía once años de edad y desde entonces, hasta ahora, con sus 60 y poco años, ha trabajado limpiando casas.

Catalina lleva tres meses y una semana encerrada en su casa, un cuarto que renta en San Lorenzo Acopilco rodeada de sus gatos, que son su familia.  Su patrona se fue de la ciudad cuando empezó la emergencia sanitaria sin dejarle dinero. El tiempo pasa y Catalina sufre de estrés por el encierro y la impotencia de que su vida no puede ser como era antes. Piensa que tal vez ya se olvidaron de ella. 

Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía ( INEGI) en México hay 2.3 millones de personas que se dedican al trabajo doméstico remunerado. Nueve de cada diez son mujeres. Por ser un trabajo considerado “natural de las mujeres” está subvaluado y aunque es  un apoyo indispensable para la sociedad, permanece invisible. 

Casi el 80 % de los y las trabajadoras domésticas no cuenta con prestaciones como seguro médico, aguinaldo, prima vacacional y un contrato formal. La mayoría de ellas y ellos  tienen un acuerdo verbal con sus patrones. 

Catalina es una de esta mayoría, trabaja en la modalidad de entrada por salida en una colonia cerca del centro de la ciudad, lo cual le toma casi dos horas y media de traslado de ida y vuelta. Labora siete horas en las que limpia, cocina, lava y plancha. Ganaba 350 pesos al día que, tres veces por semana, sumaban 4,200  pesos al mes. Entre los gastos de transporte, despensa y su renta se la va llevando como puede, pero ahora se le ha complicado más. 

“Estoy buscando trabajo pero la gente de esta zona no acostumbra contratar, es por la inseguridad, además ellos hacen su quehacer”, dice Catalina, quien fue la tercera de once hermanos. 

Sobrevivir el encierro, sin trabajo

 Normalmente, los gastos de Catalina ascienden aproximadamente a 2,800 pesos al mes.  1200 de renta que incluye luz y agua ( que a veces escasea por semanas) 500 de despensa, 150 de gas, 640 de comida y arena para sus gatos,  transporte  170, celular  100, mercería 40 pesos. 

-¿Cómo ha sobrevivido estos tres meses de encierro, sin trabajo?

-Mi hijo me ayuda con lo que puede pues está pagando su hipoteca y se le va casi todo su sueldo en eso y en mantener a su esposa y mi nieto.  Vive hasta Mérida por lo que no puedo estar con ellos, además de que no podría irme por las mascotas. Me ayuda con 1,500  pesos al mes, solo en la cuarentena porque no  está pagando la escuela de su hijo. 

Catalina intenta ahorrar: “Le estoy cerrando al tanque (de gas) para que me dure”. 

Catalina hace dos comidas al día, a veces tres. Desayuna y cena fruta y café. 

Ajustó la despensa: come sopa de pasta o arroz, que va de 10 a 30 pesos; frijoles que van de 15 a 30 pesos. El almuerzo puede consistir en un caldo de retazos  de pollo con arroz, las alas y rabadillas le tocan a sus gatos, para que no se aburran de las croquetas. El menú varía entre caldos, enfrijoladas, tacos de verdura y café.

En el caldo intercala la sopa de pasta y el arroz con alguna verdura. Compra nopales, papas o calabazas, “lo que esté más barato.” La bolsita de café de grano le cuesta 15 pesos y un litro le dura para dos días. 

Cuando puede se da sus lujos y compra una coca-cola de dos litros o una rebanada de pastel de 25 pesos. Aunque es difícil en estos momentos de escasez, es importante también mantener el ánimo. 

“Estoy apurada, un día llegué a tener nomás veinte pesos en mi monedero y  durante una semana comí tres tortillas al día y un café. Honestamente ha habido días que no puedo dormir pensando que la deuda de la renta va creciendo. Administro a cuentagotas lo que tengo, hasta que llega el dinero que me manda mi hijo y de eso como. Orar me calma, me gusta rezar el salmo 91 porque es de protección”.

Catalina cose, en estos días de encierro les ha hecho vestidos a sus gatos. “A Bisbirinda, la Güera, Lili y el Panzas no les gustan sus atuendos, se los quitan…” (ríe).  

Una de sus vecinas le encargó que le haga una bolsa de tela para guardar sus cosméticos. Catalina tiene la ilusión de vender muchas, por eso las va a dar a 25 pesos. 

Sostener el ánimo

Catalina debe sostener la casa, pero también el ánimo.

“No me quiero poner triste…  todos los días me levanto como si fuera a trabajar, me baño, lavo mi ropa, coso, si hay algo de coser, o me salgo por un bolillo o tortillas según esté el día. No me permito darle cuerda al pensamiento porque no me sirve de nada llorar, mejor que pongo a inventar cosas”.

-¿Qué inventa? 

-Coso o camino, me ayuda mucho ver los árboles. Bajo a la barranca con mi cubre bocas. Casi no hablo con la gente. 

-¿Le gusta platicar con algún vecino?

-No mucho. A veces,  la gente es buena pero otras personas no… es mejor estar sola. La hija de mi casera me visita y me pregunta cómo estoy, es muy amable y también platico con gente de la iglesia por teléfono y con mi hijo. Algunas mañanas veo una novela en la tele, hago de comer, almorzamos y en la tarde rezo. 

Otra de las actividades que añora es asistir a la iglesia evangelista que le queda también lejos de casa. Su rutina era salir a su trabajo, hacer el quehacer, y  dos o tres días  a la semana, pasar a la iglesia a recibir una plática o  simplemente entrar al templo a rezar.  Otro trabajo que hace con gusto, para esta comunidad, es ayudar a preparar la comida de Navidad para adolescentes con problemas de adicción en una casa hogar que está en Ciudad Nezahualcóyotl.

Para no aburrirse, ve una que otra telenovela, también sale a hacer sus compras. Camina cuarenta minutos para tomar el camión que la lleva a Tacubaya. 

Sueldos «olvidados»

Mientras va en el autobús recuerda que su patrona le dijo que no la iba a ocupar en estos días  -¡que ya son meses!-  A veces, la señora le habla por teléfono pero no dice nada respecto al sueldo de los días de la cuarentena. Dice que sí va a regresar pero la fecha se aplaza siempre.

Cuando termine la cuarentena, Catalina podría volver a su empleo, pero no es seguro. Mientras, cose, quizá tenga la suerte de conseguir otro trabajo  en medio de la pandemia, con el inminente peligro a ser contagiada de coronavirus. 

Catalina suspira, hace una pausa  en medio de su relato, y es entonces cuando Bisbirinda, su gatita más joven, salta hacia ella y le ronronea. Si intenta acariciar a otro de sus gatos, Bisbirinda los empuja y les saca las garras. “Es tremenda”, afirma con una mirada dulce. 

Catalina no se queja. 

-¿Le da miedo contagiarse de covid?

No. Tuve cáncer hace diez años y me curé.  Si Dios quiere que siga aquí o en otro lugar está bien, no tengo problema. Por otro lado, debo salir, no puedo pagar la arena de los gatos, los veterinarios que están cerca de aquí la venden muy cara.

Ha llegado el momento de terminar la charla, entonces aparecen otros dos felinos que caminan cautelosos hacia nosotras pero deciden meterse debajo de la cama. No están acostumbrados a recibir visitas ni que Cata ande por aquí.  Para ellos “la nueva normalidad” es que su dueña esté en casa todo el día.  

Después de terminar sus rezos,  Cata revisará que todo esté en orden, cerrará con llave la puerta de su casa y se retirará a dormir. Será entonces cuando todos los integrantes de la familia salgan de sus respectivos rincones  para recargarse en ella,  sosteniéndola y abrazándola para darle  calor hasta que amanezca.


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